Claroscuro
Por Manuela Chiesa de Mammana (*)
Los recuerdos
nunca se esfuman totalmente. En el lugar queda algo de la gracia premonitoria
de otros días, cuando la memoria no acudía a habituales engaños para disimular
el paso de los años.
Hubo un tiempo de amplios patios de baldosas anchas, de
domingos cargados de silencios, de sueños teñidos de luz crepuscular, cada vez
que caminando por veredas de ladrillos y pastos duros, creímos que así sería
para siempre.
Aquella esquina
donde el relojero podía ser mecánico, la librería podía trasmitir música los
mediodías de primavera, el balcón de la sombrerería lucir el último “rancho”, o
el zapatero italiano ofrecer las mejores guillerminas de gamuza, quedará como
una viñeta imborrable del manso pueblo de entonces.
Empobrecido,
arruinado, con hambre, producía un sentimiento de agobio en esa escenografía
simplista de postal campesina. Aunque evitara verlo pasar, errante, con su
extraño dolor, él estaba allí reclamando atención, afecto quizás. Vestido de
gris desleído y breve sombrero de paño, su mirada oteaba el horizonte en busca
de alguna imagen añorada. Me gustaba observarlo pensando cómo vería él a
Villaguay, apenas pueblo por aquellos años. Un día no lo vi más. La respuesta
la encontré mucho tiempo después leyendo estadísticas de la emigración.
Hoy nada es identificable
con aquella época; las mañanas no tienen el sortilegio de las de antaño, pero
la transmutación significa florecimiento, aunque eso a mí no me consuele.
(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del
antiguo Villaguay.