Los 90 años de Alfonsín: el radical que "tocaba la guitarra eléctrica"

Por Alfredo Serra (*)


      En la Argentina corren los convulsos y sangrientos años 70. Pero en la madrileña Puerta de Hierro sólo se baraja el futuro. Una noche, en la mesa chica de los peregrinos eternos, Perón pregunta:

      – ¿Cómo anda la oposición?

      La respuesta es más obsecuente que real:

      – No existe, general.
     

      – Sin embargo hay un muchacho de Chascomús, Alfonsín, que...

      – Pero ya sabe cómo son los radicales, general. Siempre guitarreando... (Pausa)

      – Sí, pero cuidado… ¡Ése toca la guitarra eléctrica!


      El muchacho de Chascomús es Raúl Ricardo Alfonsín. Ha nacido y se ha criado en ese punto de la provincia de Buenos Aires sólo famoso por su laguna. Pero él tiene escuela: los juegos de su infancia y la curiosidad de su adolescencia han transcurrido entre políticos, sus acuerdos, sus desacuerdos. Es el mayor de los seis hijos del comerciante minorista Raúl Serafín y de Ana María Foulkes, y nieto de gallegos y galeses. Escuela primaria: Normal Regional de Chascomús.  Secundaria: Liceo Militar General San Martín.

      Termina como subteniente de reserva con dos compañeros que serían famosos por oscuras razones: Leopoldo Galtieri y Albano Hanguindeguy. Se recibe de abogado (UBA) en 1950. Un año antes se casa con María Lorenza Barreneche, que le da seis hijos: Raúl Felipe, Ana María, Ricardo Luis, Marcela, María Inés y Javier Ignacio.

      No puede eludir los genes de la política: concejal, diputado (provincial y nacional), senador, vicepresidente de la Internacional Socialista. Pero el Gran Destino todavía no ha tocado a su puerta.

      Se acerca a él un grupo de jóvenes radicales que enfrentan como pueden a la dictadura militar: Cáceres, Karakachoff, Storani, Moreau, Stubrin, Nosiglia, Cavallari, Suárez Lastra, Martínez, Muiño, Rodríguez, Laferriere. La Coordinadora. Y el gran salto.

      El camino a la Casa Rosada se le abre, ancho pero espinoso, al hombre de "la guitarra eléctrica" que anticipó Perón. Lo apoya la mayoría silenciosa, que se hace oír como un terremoto en el acto de cierre de campaña (28 de octubre de 1983): casi un millón de almas.

      Lo sustenta una brillante campaña publicitaria creada por David Ratto, con dos íconos clave: las iniciales RA en el óvalo azul y blanco que identifica su pertenencia a la República Argentina, y el afiche con el gesto de Alfonsín levantando en triunfo sus dos manos cruzadas: símbolo de triunfo, pero también de unión. Y como golpe final, la quema de un ataúd y una corona con las siglas UCR por el peronista Herminio Iglesias: un acto que infunde el miedo de retornar a la violencia de los 70.

      Y las urnas hablan. La fórmula Alfonsín–Martínez vence por casi el 52% de los votos a los peronistas Luder–Bittel, que apenas pasan el 40%. Nadie creyó lo que sucedería después, pero el 22 de abril de 1985, por orden de ese hombre campechano que en las primeras fotos en Chascomús lucía un poncho, los comandantes militares de las tres primeras juntas enfrentaron a un tribunal bajo la acusación de "crímenes de lesa humanidad".

      Fueron ocho meses inolvidables. No sólo por la ejemplar justicia que aleteaba: también por la terrible tensión de un último coletazo militar. Pero el 9 de diciembre del mismo año cayó el martillo de los jueces: sentencias durísimas, algunas de por vida, coronadas por las inolvidables palabras del fiscal Julio César Strassera: "Señores jueces: ¡Nunca más!".

      En la Semana Santa de 1987 estalló un levantamiento de jóvenes oficiales al mando del teniente coronel Aldo Rico. Una muchedumbre inundó las calles apoyando al presidente y a la democracia. Si Alfonsín hubiera levantado el pulgar, habrían caído sobre los insurrectos. Pero demasiada sangre había corrido en el país.

      El presidente y también Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, según la Constitución, eligió el camino de la paz. Fue en persona al nido de los insurrectos. Y hacia el final de la tarde anunció desde la Casa Rosada: "¡Felices Pascuas! La casa está en orden", y no hay sangre en la Argentina.

      Algunos juzgaron esa actitud como una claudicación. Pero la mayoría comprendió que el presidente había evitado una guerra civil. Aun así, debió enfrentar otros dos levantamientos: 18 de enero y 1º de diciembre de 1988.

      Más tarde, frente a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, las organizaciones de derechos humanos le dieron la espalda. Y así respondió: "Las medidas que tomamos obedecieron a un criterio de racionalidad que no se compadecía con lo emocional del pueblo en ese momento".

      Tuvo luego un enemigo impensado que habría de obligarlo a acortar su mandato: una inflación brutal, que fue sospechada como "un golpe de Estado cometido por el mercado" y generó una dramática anemia en las arcas macroeconómicas y en el bolsillo de los ciudadanos. Contra viento y marea, Alfonsín logró entregar su banda y su bastón a otro presidente civil, y de otro partido: a Carlos Menem el 8 de julio de 1989. Algo que no sucedía desde 1916. Y la semilla del período democrático más largo del país.

      Un cáncer se lo llevó a los 82 años. El domingo 12 de marzo hubiera cumplido 90. Nunca lo olvidemos.


(*) El artículo fue publicado el domingo en el diario Infobae.

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De visita en Villaguay

      Raúl Alfonsín vino varias a veces a Villaguay. La más recordada fue acaso la de noviembre de 1993, durante la intendencia de Tomás Margetik. En esa oportunidad, el concejo deliberante lo declaró "huésped de honor" y le hizo entrega de la llave de la ciudad junto con una foto del lapacho de la plaza 25 de Mayo, perteneciente a Raúl Jaluf, a manera de recordatorio. La sala de sesiones estuvo colmada de vecinos que quisieron saludar y expresar su reconocimiento al ex presidente.

      Varios años después, tras el fallecimiento de Alfonsín en 2009, Cecilia Revoredo recordó en EL PUEBLO "los gestos de sencillez y humildad" que había tenido el ex presidente cuando se alojó en Las Liebres en 1993. "A la mañana, cuando se levantó, compartió mates con el personal del hotel. Después pidió permiso para entrar a la cocina, saludó, dio vuelta unas tostadas que se estaban haciendo, luego fue caminando hasta la estación de servicio de la esquina, se presentó y conversó con los chicos que atendían ahí, que no salían de su asombro al reconocerlo".
     
      "Son pequeñas cosas que hablan de la simplicidad de este gran hombre, que nos deja como legado, entre otras tantas cosas, que se puede ser político y además ser honesto, fiel a las propias convicciones, que se puede ser apasionado en un debate pero siempre respetando las diferencias", expresó Cecilia.

      Por su parte, el ex intendente Juan Redruello recordó a Alfonsín como "un entrañable amigo" a quien tuvo el honor de recibir en la intimidad de su casa. "Habíamos compartido momentos duros como los de 1966: el derrocamiento de Illia te dolió mucho y te vi en la Plaza de Mayo, con lágrimas en los ojos por la impotencia de no poder hacer nada en defensa de nuestro gobierno. Soñamos con el retorno de la democracia que al final conseguiste, con tu inclaudicable lucha", escribió Redruello en 2009.
     
      El ex intendente Oscar Miranda, por su parte, recordó que durante la presidencia de Alfonsín se construyó en Villaguay el barrio 186 Viviendas, se recibió "la primera ambulancia municipal para usar en el área de Salud sin tener que depender del hospital o de particulares" y se obtuvieron diversas obras enmarcadas en los planes Proagua y Prohuerta, además de los beneficios del Programa Alimentario Nacional (PAN). "Y jamás tuvimos que mendigar en Buenos Aires sino que siempre fuimos atendidos como merecíamos la gente del interior", destacó Miranda.

     



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