Ramos generales

 Por Manuela Chiesa de Mammana (*) 
      Los días se habían acortado. Se avecinaba el invierno. Al escaso movimiento urbano se sumaban ahora los silencios cargados de un débil sol huidizo.


      La gran casa de comercio abría temprano sus puertas de vidrios biselados y escalinatas de mármol para dar preferencia a sus clientes de la campaña. Todo se podía comprar en ese negocio y todo de excelente calidad. Ese invierno agregó una sección para platería.

      Seguros de la nueva inversión (ya que las familias acomodadas gustaban vestir sus mesas con buena vajilla), los dueños no dudaron en poner las mejores piezas en los escaparates del frente.

      Había además una vitrina, a modo de exhibidor para alhajas y objetos de plata antiguos, que ponían una nota costumbrista al local.
En realidad esas joyas habían pertenecido a distintas personas que por diversas causas perdieron su fortuna y en la casa de ramos generales se las compraba o canjeaba, según la preferencia.

      En esa vitrina se exhibían desde pequeños dijes de plata hasta espuelas, estribos, cubiertos con iniciales de familias conocidas, fuentes, bandejas muy usadas además de alguna condecoración de plata.

      Una mañana de aquel invierno frío y ventoso, Braulia Benítez apareció en el lugar para vender una alhaja muy preciada. Llevaba con tanto cuidado el pañuelo donde había envuelto su precioso objeto que despertó curiosidad en el empleado de la sección platería.

      Sin embargo cuando lo puso a la vista para su cotización vio que sólo se trataba de una pequeña cruz de plata guardada durante años como un secreto por Braulia.

      Esa cruz le había sido confiada por su tía abuela, María Concepción, amante casual del general Cáseres cuando el ejército del General Paz acampó en Macieguitas, en 1842.

      Aunque la cotización de la cruz no estuvo a la altura de la historia que ella representaba, el almacén de Ramos Generales acrecentó su popularidad.


(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del antiguo Villaguay.

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"Esa cruz le había sido confiada por su tía abuela, María Concepción, amante casual del general Cáseres". 

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