Por Manuela Chiesa de Mammana (*)
Si hacía mucho
frío se ponía un pañuelo a cuadros sobre los hombros y unos guantes agujereados
en el pulgar. Su abuela, Doña Trinidad, le había enseñado a ser respetuosa y
ella lo tenía en cuenta: por eso entraba familiarmente en todas las cocinas a
dejar la mercadería.
Los circos la
volvían loca. Cuando llegaba alguno a la esquina de Estrada y Federación, ella
empezaba su recorrido por la estación de ferrocarril para adelantar trabajo; en
vano doña Trinidad le hablaba de lo efímero y frívolo del circo (no en esos
términos sino en otros que querían decir lo mismo).
Un día la Tere le
dijo a la Mary, la empleada de lo Luciano, que se iría para siempre con el
próximo circo. La Mary se rió porque los circos que venían a Villaguay no
querían tomar gente sino más bien sacársela de encima.
Esa temporada, los
zapallitos de doña Trinidad estuvieron más parejos y brillantes que nunca. A
las diez de la mañana la Tere ya pasaba de regreso con su canasta de juncos,
vacía.
A fines de
octubre vino un circo. La Mary no se acordaba de lo que le había dicho la Tere
pero se asustó cuando la patrona le contó que era de gitanos.
El lunes la Tere
no llegó con su canasta de juncos y el circo ya se había marchado.
(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del
antiguo Villaguay.
0 Comentarios