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"Toronto, Canadá. Bien al Norte", por Emilio Nogueira



Historias de viajes, por Emilio Nogueira (*)

Promediaba la primavera boreal cuando llegué a la capital de la provincia de Ontario, al este del país, una de las ciudades más septentrionales del continente americano. La lluvia acompañaba desde hacía días y las nubes desde hacía meses. 


Siempre había tenido curiosidad por este país del que poco sabía. Esta vez viajaba por trabajo, una modalidad especial que requiere una planificación muy precisa y eficiente si se quiere aprovechar el poco tiempo disponible. Pero se puede.

Creo mucho en la primera impresión que causan los trayectos entre el aeropuerto y el centro de las ciudades: es la primera postal en vivo que registra el visitante. La mía recuerda un país joven y cosmopolita que -a excepción de la región de Quebec- tiene una inconfundible impronta británica. Ofrece una singular combinación entre la escala de construcción norteamericana –espacio, mucho espacio- y el sobrio estilo inglés. Los vestigios arquitectónicos del Imperio Británico se intercalan con modernas torres de vidrio y acero propias de un centro financiero. La ciudad es silenciosa, limpia y conectada por un excelente servicio de tranvías y trenes subterráneos.

El hotel se ubicaba en una elegante avenida rodeada de árboles en Yorkville, una zona con mucho verde donde se encuentra el Royal Ontario Museum –cuyo anexo ultramoderno representa muy bien la convivencia entre lo antiguo y lo nuevo- y la Universidad de Toronto, un formidable ejemplo de arquitectura gótica.

Mi segundo encuentro con la cultura canadiense: me disponía a recorrer la ciudad y mientras el conserje me ofrecía el paraguas de cortesía, le pregunté cuál era el horario de cierre de los negocios. Arriesgó que estarían hasta las 8pm, ya que “el clima estaba bueno”. 11ºC y una persistente llovizna no parecían tan buenos para mi estándar mesopotámico. Cuando salí a la calle y me encontré con hombres disfrazados de surfers y mujeres que insistían en lucir sus vestidos cortos, recordé que todo es relativo: después de meses con temperaturas bastante por debajo de 0ºC, no estaba tan mal.



Para comprender mejor este rasgo de la cultura local decidí conocer el PATH. Se trata de un recorrido peatonal subterráneo que a lo largo de 30 km conecta edificios, estaciones de metro, negocios y servicios de todo tipo y locales de entretenimiento –desde cines hasta estadios de hockey-. Tiene más de 120 accesos desde la superficie y recibe alrededor de 200.000 personas por día que transitan a sus trabajos y consumen en más de 1200 negocios. Al mal tiempo, buena cara y mucha calefacción. Por eso cuando se puede circular por la vereda sin congelarse la nariz poco importa si llueve mucho.

Luego de esta particular experiencia volví a la superficie. Bajando por la University Avenue en dirección al Lago Ontario aparecen al este el Downtown y la ciudad antigua, y al oeste el Art District - una zona bohemia y cosmopolita donde se encuentran restaurantes de todo tipo y origen, aunque preferí un clásico local: un bagel de salmón con cebolla colorada y crema agria tan rico que hasta hoy recuerdo. Sobre el lago emprendí una caminata de película por la rambla hasta llegar al Distillery District, una zona de barracas de la era victoriana hoy convertida en un vibrante centro de galerías de arte, tiendas de diseño y bares de moda.

Toronto es una ciudad verdaderamente multicultural: en sus calles se hablan casi 140 idiomas y más de la mitad de sus habitantes no nació en Canadá. Lo más interesante es que parecen haber logrado una identidad común: desde la forma de vestirse hasta la manera de compartir el espacio público, solo los rasgos físicos denotan la diversidad de etnias. Un caso atípico en un mundo cada vez más fragmentado.

El tercer día, el sol salió tímidamente y se percibió una explosión de alegría en los locales. Se venían los días lindos. Lo cual no es poco allá, tan, tan al norte.


(*) Licenciado en Turismo. 
Fundador de i-Selector Travel
www.iselectortravel.com

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