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"Si había luna en Nochebuena, se aparecía el ánima de Teodora Ramírez"

 Por Manuela Chiesa de Mammana


       Era víspera de Nochebuena. La diligencia pasó con atraso por la posta vieja. A ese paso los sorprendería la noche cerca del espinillar grande. El postillón acomodó los bultos que le alcanzó el maestro de posta y apuró a los dos pasajeros que estiraban las piernas bajo el sauzal. Cuando pegó el grito -¡Hasta la vuelta!... ya los cascos de los caballos golpeteaban monocordes en la llanura. 

      Ramoncito Luna conducía la diligencia de La Bajada a Arroyo de la China, después de haber quedado manco en la atropellada de las Yeguas. A pesar de su juventud realizaba su trabajo con responsabilidad trasladando pasajeros o entregando correspondencia a lo largo de todo su itinerario.

      Llegando al espinillar grande, la oscuridad había ganado todos los rincones. La superstición lugareña sostenía que si había luna en Nochebuena se aparecía el ánima de Teodora Ramírez en la margen derecha del arroyo, contra un tala.

      Teodora había desaparecido en la creciente de 1856, cuando salió desesperada a buscar ayuda para su marido enfermo. Ramoncito conocía la creencia e iba prevenido para sujetar los caballos si fuera necesario, aunque en sus continuos viajes nunca había visto nada que lo sorprendiera.

      El galope de los caballos era parejo, las ruedas ya no se hundían en las huellas irregulares dejadas atrás. Los viajeros venían dormidos, cabeceando contra la portezuela del coche.

      Pasaron el rancho del indio Pantaleón, que la luz brillante de la luna hacía resplandecer junto a la aguada, cuando de repente Ramoncito mira a lo lejos. Un estremecimiento humedeció sus manos. Desde el camino se desprendía una gran cola de un vestido de novia tejido con hilos de plata, que se metían entre las ramas del tala y se perdían en fino talle al llegar a la copa.

      ¿Era el alma de Teodora en el día del Nacimiento del Señor?
Ramoncito receloso no detuvo el carruaje ni se volvió para contemplar más sereno tan bella aparición, pero a partir de ese día, cuando la diligencia pasa el espinillar grande, fuese o no Navidad, el postillón se detiene y pide, respetuosamente, a los pasajeros una oración.



(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del antiguo Villaguay

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