Ramoncito Luna
conducía la diligencia de La
Bajada a Arroyo de la China , después de haber quedado manco en la
atropellada de las Yeguas. A pesar de su juventud realizaba su trabajo con
responsabilidad trasladando pasajeros o entregando correspondencia a lo largo
de todo su itinerario.
Llegando al
espinillar grande, la oscuridad había ganado todos los rincones. La
superstición lugareña sostenía que si había luna en Nochebuena se aparecía el ánima
de Teodora Ramírez en la margen derecha del arroyo, contra un tala.
Teodora había
desaparecido en la creciente de 1856, cuando salió desesperada a buscar ayuda
para su marido enfermo. Ramoncito conocía la creencia e iba prevenido para
sujetar los caballos si fuera necesario, aunque en sus continuos viajes nunca
había visto nada que lo sorprendiera.
El galope de los
caballos era parejo, las ruedas ya no se hundían en las huellas irregulares
dejadas atrás. Los viajeros venían dormidos, cabeceando contra la portezuela
del coche.
Pasaron el rancho
del indio Pantaleón, que la luz brillante de la luna hacía resplandecer junto a
la aguada, cuando de repente Ramoncito mira a lo lejos. Un estremecimiento
humedeció sus manos. Desde el camino se desprendía una gran cola de un vestido de
novia tejido con hilos de plata, que se metían entre las ramas del tala y se
perdían en fino talle al llegar a la copa.
¿Era el alma de
Teodora en el día del Nacimiento del Señor?
Ramoncito receloso no detuvo el carruaje ni se volvió para
contemplar más sereno tan bella aparición, pero a partir de ese día, cuando la
diligencia pasa el espinillar grande, fuese o no Navidad, el postillón se
detiene y pide, respetuosamente, a los pasajeros una oración.
(*) El texto
forma parte una serie de cuentos y retratos del antiguo Villaguay
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