Por Jorge Fontevecchia
En 2017 la sociedad podría, al ver violencia simbólica en los discursos, volcarse a la alternativa pacifista, como fue con Alfonsín en 1983.
Se argumenta que el kirchnerismo “olió sangre” de Macri y –como tiburón– salió a comérselo en una avanzada creciente de manifestaciones y protestas que tuvieron su cénit el 24 de marzo pero continuaron esta semana y la próxima. Que ataca porque ve herido al Gobierno, percibe certeza de triunfo opositor en las elecciones de octubre y, a partir de allí, imagina una debacle como la de De la Rúa tras perder las elecciones de medio turno de 2001. Los carteles “Luche y vuela” y otros sólo con la palabra “Helicóptero” o su imagen representan ese deseo.
También podría ser al revés y que agitar la metáfora del helicóptero fuera una reacción –consciente o inconsciente– del kirchnerismo al percibir que, a pesar de la economía no dar satisfacciones, con un producto bruto que bajó en 2016 tanto como en Brasil, confirmando que el “plan bomba” dejado funcionó, igual Macri tiene posibilidades de ganar las elecciones de octubre porque el contraste con el gobierno anterior eleva al actual, aun siendo mediocre. Y si el Gobierno ganara estas elecciones, las consecuencias para el kirchnerismo podrían ser irremediables.
Si el kirchnerismo fuera moderado, parte del apoyo a Macri de los independientes, por falta de miedo, se reduciría
Al poner en boca de uno de sus personajes diciéndole a otro: “Gritas demasiado para tener razón”, Shakespeare anticipó casi cuatro siglos lo que Freud llamaría formación reactiva, donde tanto alarde de fuerza encubre debilidad. Y que, por ejemplo, los exabruptos de Bonafini en la Plaza de Mayo el pasado 24 de marzo sean resultado de la misma retórica belicista de Galtieri cuando gritó: “Que manden al principito”, poco antes de que los ingleses desembarcaran en las Malvinas y perdiéramos la guerra. O ahora, de la pareja o ex pareja de Lázaro Báez, Liliana Costa, que declaró en Canal 9: “Macri muere este año”, sin precisar si simbólica o físicamente.
Pero las manifestaciones y declaraciones altisonantes del kirchnerismo y sectores afines, que preocupan a quienes temen que se termine desmoronando el gobierno de Macri, podrían estar construyendo más de lo que destruyen al recordarles a los votantes independientes los rostros de Aníbal Fernández y mostrar una parte de las Madres de Plaza de Mayo reivindicar la guerrilla, descreer de la democracia y proponer la violencia como método para resolver conflictos. Eso aleja no sólo a los votantes independientes sino al propio partido peronista y a los líderes de la CGT, cada vez más incómodos al verse arriados por un sector que no representa al conjunto.
Los radicales, con Alfonsín, ya le ganaron al peronismo la primera elección de la recuperación democrática mostrando justamente que la violencia no era sólo prerrogativa de la dictadura militar sino también de sectores del peronismo extremo, lo que sustentó la teoría de los dos demonios del prólogo del Nunca más. Y nuevamente en 2017 la sociedad podría, al ver violencia simbólica en los discursos, volcarse a la alternativa pacifista, como fue con Alfonsín en 1983, después que el líder peronista de entonces, Herminio Iglesias, quemó un ataúd con el escudo del partido radical en el gigantesco acto de cierre de campaña peronista. También entonces Herminio Iglesias era más aplaudido cuanto más agresivo se ponía, calificando a Alfonsín de “gusano” y de “mal nacido” (como Bonafini con Macri, igualmente festejada por los concurrentes).
Quizás el helicóptero tenga en 2017 el valor simbólico del ataúd en 1983 porque la crisis económica que la Argentina sufrió tras la ida de De la Rúa a fines de 2001 puede activar la memoria de muchos que no quieran correr el riesgo de pasar por lo mismo, independientemente de que no les guste Macri. Si el kirchnerismo fuera moderado, parte de los independientes que terminan apoyando a Macri como única alternativa no lo harían.
Quienes comparan este ciclo con el de los 90 recuerdan que Menem tardó casi dos años en mostrar alguna mejora en la economía: asumió a comienzos de julio de 1989 y el Plan de Convertibilidad se lanzó a fines de marzo de 1991. El equivalente de 21 meses de aprendizaje colocaría a Macri en agosto de 2017. La ventaja que tuvo Menem al haber tenido que asumir cinco meses antes fue que pasaran 29 meses en lugar de 22 entre el comienzo de su mandato y las elecciones de medio turno.
Paradójicamente, hay quienes, aun apoyando al Gobierno, ven otro peligro en las próximas elecciones si gana Macri en octubre sin mostrar crecimiento económico: que haya una euforia en Cambiemos que los haga morir de éxito, creyéndose imbatibles como le sucedió a Cristina Kirchner en 2013, cuando aplastó a la oposición. Una versión ampliada de la inflexibilidad y el sectarismo que Emilio Monzó vino criticando internamente en Cambiemos tras el triunfo de 2015.
Otro riesgo son las declaraciones violentas de los propios partidarios de Cambiemos, como las del cómico Alfredo Casero, quien declaró: “A Macri lo voy a defender a muerte, y si tengo que pegar un tiro, lo voy a hacer”.
Lo que quizá se esté plebiscitando en octubre no sea un modelo económico sino un modelo de relación social, como en 1983 con Alfonsín, donde lo que aglutine y separe a los grupos en contienda sea violencia versus no violencia (“los buenitos” que aburren a Bonafini). Eso también explicaría la aprobación que consigue María Eugenia Vidal, más como resultado de lo que no hace que de lo que hace. (El artículo se publica hoy en el diario Perfil).
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