Si se esperan las ruinas, en las ruinas encontrarán una bandera



 Por Ricardo Balbín (*) 


      Soy hombre de un partido político, pero en esta emergencia yo hablaré como un ciudadano de la República. Cargado de preocupaciones, que son las preocupaciones de mi país. Sé que muchos pueden suponer que vengo aquí a decir palabras de agravio. Sé que otros pensaran que voy a decir palabras de protesta. Hace tiempo que estoy diciendo que hay que dejar el pasado atrás y mirar para adelante, no tanto por nosotros sino por una importante juventud argentina que espera.


      En esta hora prefiero estar con Yrigoyen, que en el instante de asumir sus grandes responsabilidades, dijo: "Vengo a reparar y nada más". Es ésta la motivación que me impulsa a llegar aquí. Es ésta la necesidad que tenemos de decir lo que creemos.

      He sido anunciado como presidente de la UCR y, por lo tanto no tengo que decir qué somos, de dónde venimos y lo que aspiramos toda la vida. Nacimos a la vida política al impulso de nuestros grandes maestros: Alem, el soñador constante; Yrigoyen, el realizador. De él aprendimos una cosa esencial: nada habrán de conseguir los argentinos si no tienen la capacidad de conjugar el verbo de la unión de los argentinos. Su lucha fue ésa. Cuando el país estaba negado, él buscó la participación de toda su gente y todos sus hombres. Porque comprendía que solamente la unión del pueblo podía realizar un país en soberanía.

      Hemos sido consecuentes con ese concepto, porque hace a nuestra vida y a nuestro modo de pensar. Hemos andado muchos años iluminados por ese objetivo fundamental de encontrar el conjunto argentino para su gran realización.

      En los turnos de gobierno que tuvimos, el país vivió en paz. Y en el último, con el presidente Illia, dimos la gran lección de la comprensión. Nos fijamos en el hombre, su destino y sus derechos... No hay ninguno que pueda levantar la mano declarándose perseguido o diciendo: "Yo fui sancionado injustamente". Sobre esa base de respeto iniciamos la tarea de lo que ahora se reclama urgentemente: la liberación nacional. Nosotros seguimos ese camino. Distintas circunstancias lo pusieron en rudas peleas y desencuentros. Lo hemos dicho muchas veces en todas partes: estaba distorsionada la República. Y fue así interrumpido injustamente, arbitrariamente, aquel gobierno de bien nacional, de sentido profundo de su soberanía, de respeto supremo por la voluntad de su pueblo, de afianzamiento de un federalismo en crisis en la actualidad. En ese tiempo, las provincias jugaban con la jerarquía del viejo federalismo argentino. Nos tumbaron. En alguna parte están los responsables viendo el país de ahora. Será prudente que hagan un examen de conciencia.

      ¿Qué hicimos después? Buscamos las coincidencias fundamentales. Dejamos mucho de lo nuestro en la búsqueda afanosa de coincidencias esenciales. Queríamos borrar definitivamente lo que distanciaba, lo que dividía. Nos encontramos con un milagro: hombres de distintas expresiones políticas coincidimos en recuperar principalmente las instituciones del país, que son irrenunciables, y echar las bases de una importante coincidencia nacional.

      El pueblo se pronunció y fuimos derrotados. Ganaron los otros.
¿Qué ocurrió en el país de cosa nueva? ¿Qué acontecimiento notable llegaba a la República? La frase definitiva y corta: el que gana gobierna y el que pierde ayuda.

      Yo sé que hay mucha gente, algunas expresiones políticas que nos dicen "los complacientes", o "los tolerantes", y nosotros no somos nada más que la oposición correcta. Cuya derrota no modifica sus procedimientos ni sus actos. Ahí está el Congreso, donde se demuestra cómo y de qué manera la UCR y otras expresiones políticas argentinas fueron fieles al pensamiento mayor de todos juntos: realizar el país.

      Estaba Perón en el gobierno y estas consignas empezaron a funcionar: admito que no eran totales, que era sólo el principio. Pero se hizo el diálogo de arriba para abajo y de abajo para arriba. Lo comprendió este maravilloso pueblo que tenemos.

      Él se murió. Me toco a mí la oportunidad de despedirlo en nombre de distintas expresiones políticas argentinas ¿Qué dije entonces? Dije algo que salía del fondo de mi alma: "Este viejo adversario despide a un amigo". Yo confieso que aquella mañana me imaginé que todo el país juntaba sus manos y que todos se mezclaban para hacer de aquella definición sencilla y cierta, leal y sentida, una definición para todos los tiempos.

      Estoy seguro de que empresarios, obreros, maestros, profesionales, todos sintieron aquella mañana que surgía la posibilidad cierta de que los argentinos, todos juntos, sin declinar ninguna de nuestras convicciones, podíamos realizar la República.

      ¿Pero qué pasó después? Hubo aislamiento. Un no comprender. Un no entender aquel mensaje que dijo que "el heredero era el pueblo". Una minoría se declaró heredera: una minoría que no entendía el país, sino a sus propios intereses. El gobierno se fue aislando y empobreciendo, y cuando se descompone el Estado se descompone la sociedad.

      Unión de los argentinos, dijo orgullosamente la Convención de la UCR, tan pronto como el esfuerzo de toda la ciudadanía recuperó las instituciones políticas. Vamos en la búsqueda de la unión de los argentinos a la vieja manera de Alem o Yrigoyen. Vamos a ponernos de acuerdo los sectores populares del país para encontrar las soluciones prolijas y ciertas que determinen el quehacer nacional.

      Están los reiterados documentos del partido y está la gestión notable de nuestros legisladores en el Congreso Nacional. No se puede pretender que una minoría realice la obra. Pero allí estaban las grandes mayorías, las que habían nacido al impulso de su fundador, el que enfermo y viejo llegó al país después de hacer notables exámenes de su propia conciencia. "No vengo a dividir, vengo a unir a los argentinos". ¿Quién lo interpretó? ¿Quién dice que tiene esta bandera? Si parece que en definitiva la hubiéramos conservado nosotros, los hombres de la Unión Cívica Radical, y otros de distintos partidos políticos argentinos.

      El Congreso de la República funcionó de manera brillante en su primer año, pero luego dejó de hacerlo por ausencia de los responsables de la mayoría. Ésta no es una imputación, es la exhibición de una realidad del país que todos vemos. Simplemente tomo la historia, sus acontecimientos, sus modos, para tener el derecho de decir que todo está naufragado.

      Nosotros queríamos buscar la unidad de los argentinos. Ninguno podía gravitar sobre el otro, ninguno podía ser más que el otro. Todo debía de plasmarse con una consigna para el conjunto. No podía haber un sector industrial de allá y otro de acá. No podía repararse el ámbito gremial en contra de los otros factores de la producción. Había que orquestar el conjunto argentino. Pero aquello que se inició en la senda de las grandes definiciones nos da el espectáculo de hoy: todos divididos, todos desencontrados.

      El egoísmo de la lucha de los sectores ha llegado hasta el delito. Los obreros de un lado, reclamando la sensatez del salario cuyos aumentos se mueren de risa cuando son agotados a los quince minutos, antes o después de haberlos anunciado.

      La empresa se ha transformado en una expresión unilateral, donde hay quien se funde y también hay quien se enriquece vorazmente creando una guerrilla distinta y diferente de la otra brutal que también tiene la República.

      Cuando no hay conciencia de la unidad nacional se da esta tremenda descomposición. Después de Perón, las centrales únicas del trabajo, pero del trabajo y no la parcialidad política, están en desencuentro. ¿Quién lo oculta en esta actualidad?

      También se producen discrepancias políticas. Las que habíamos dicho que quedaban en el tiempo, borradas, para que desaparecieran las distorsiones. Están otra vez así, al atisbo, para ver de qué manera cada uno se hace el beneficio personal y no el beneficio colectivo.
     
      La guerrilla está poniendo en peligro el país y encendiendo una mecha en el continente americano. Nadie se preocupa de eso, pero puede llegar el día en que una generación joven con la que sueño y para la que trabajo, encuentre convulsionado su país y amenazada su República.

      Se conjugan los movimientos de las Fuerzas Armadas Argentinas, esas importantes fuerzas argentinas que soportaron todo y están ahí defendiendo y sufriendo atentados brutales.

      ¿Por qué los argentinos vamos a hacer tantas cosas mal? ¿Por qué el gobierno no llama a su profunda reflexión, para que mantenga ese prestigio necesario al país y al prestigio de la República? ¿Por qué somos tan torpes que no encontramos nosotros, los hombres de la civilidad, los caminos profundos del quehacer y del realizar?

      Algunos suponen que yo he venido a dar soluciones y no las tengo. Pero la hay: la unión de los argentinos para el futuro de los argentinos".

      Puedo afirmar, porque conozco en verdad y en profundidad el pensamiento de muchos hombres de la política argentina, que la decisión de diálogo está abierta en todas las direcciones. Hay un común denominador en la República, hay una voluntad de colaborar en el esfuerzo de mantener las instituciones de la República, porque es el camino de la civilización, de la democracia de los argentinos. Hay tiempo todavía.

      Sabemos de la corrupción, del contrabando, de la destrucción comercial. Conocemos cómo se ha abusado de esta República. ¿Por qué no nos juntamos todos en una mesa, todos juntos, para esta emergencia?
Hay una conciencia moral que los llama a las grandes responsabilidades, a los gestos de grandeza, a la necesidad de mostrar a este país como es y como debe ser, y no esta chatura en que estamos viviendo, esta incertidumbre en que estamos moviéndonos.

      El no saber si vuelve vivo el soldado que va a hacer su servicio, o si vuelve vivo el obrero o el joven que está en la universidad no lo arreglará ningún sector por poderoso que sea. Lo hará todo el país.

      Conozco el prestigio de todos, y conozco los delincuentes que fueron también un poco apañados por el gobierno. Pero las instituciones son válidas aun cuando parece que no son eficaces, porque estando el Congreso de la República se buscaron las investigaciones y están los resortes vivos como para poder realizar la tarea profunda que reclaman los argentinos.

      Por eso desde aquí invoco al conjunto nacional para que en horas nomás exhibamos un programa, una decisión, un norte. Pero que se deponga la soberbia. Cuando se tratan de estas cosas no hay que andar con látigos: hay que andar con sentidos morales de la vida.

      Éste es mi llamado, que no alivia ninguna angustia ni da remedio al que no lo tiene, pero trae por lo menos esta voluntad y esta decisión. Para los que creen que todo se derrumba y que sólo un sector del país puede llegar a resolver estos problemas, yo digo en nombre del radicalismo que la bandera de la unión de todos los argentinos, la vida en paz, el trabajo remunerado, la empresa cierta, y, sobre todo, la defensa de las instituciones de la República, no serán abandonadas jamás por la Unión Cívica Radical. Hemos utilizado ese pensamiento, ese lenguaje y esa acción en todos los turnos de nuestra historia, y lo vamos a seguir haciendo.

      ¿Tendremos que rehacer todo después de la catástrofe? Puede ser que sí, pero al más incrédulo de estas concepciones, le afirmo: Si se esperan las ruinas, en las ruinas encontrarán una bandera. No se realizará el país sino sobre la base de la unión de los argentinos. Vienen de lo hondo de mi pensamiento estas palabras que pueden no tener sentido, pero tienen profundidad y sinceridad. No soy muy amante de los poetas, pero he seguido un poeta de mi tierra: todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte.

      Argentinos de todos los rincones, civiles de todos los lugares, militares de todo el país, brigadieres y marinos, ¿para qué llegar a los últimos cinco minutos? ¿Por qué no estamos conjugando la ilusión de aquel poeta? Se acerca el angustiado, el enfermo, el desprotegido, todos los incurables que tienen cura cinco minutos antes de la muerte. Desearía que los argentinos, hoy, no empezáramos a hacer la cuenta de los últimos cinco minutos.



(*) Balbín pronunció este discurso a través de la Cadena Nacional de Radio y Televisión el 16 de marzo de 1976, una semana antes del Golpe de Estado del 24 de marzo.




Ad code

Entretenimiento

Facebook

Fun & Fashion

MÁS LEÍDAS DE LA SEMANA