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Niño bien, el asesino que no supo estar libre

Al juez le contó que estaba buscando cambiar plata en la city porteña y un "arbolito" le dijo 'vení a mi casa' y entonces él fue.  Allí el "arbolito" quiso robarle y entonces él salió corriendo. Y que tenía tanto apuro por escapar que le pidió a un motociclista que lo llevara lejos. Todo mientras el asaltante lo seguía corriendo, por San Telmo y a plena luz del día. Y finalmente otros vecinos lo confundieron con un ladrón -a él; no al presunto asaltante que lo corría-, lo alcanzaron y se le tiraron encima para retenerlo hasta que llegara la Policía. Y acá estamos.

Pequeño detalle: el revólver lo llevaba él, no el hombre que lo corría.

El juez Luis Alberto Zelaya no le creyó una palabra, y lo procesó por el delito de robo con armas. Entonces "El concheto" Alvarez, el "Niño bien", condenado por cuatro asesinatos y diversos asaltos y luego liberado por la Cámara de Casación, volvió a la cárcel.

Después de 19 años en prisión -justo la mitad de su vida-, estuvo libre apenas 96 días.

Hace dos semanas, su padre anduvo recorriendo el barrio de San Telmo preguntándoles a los vecinos qué habían visto para sostener la versión de su hijo. Que fue víctima de un asalto y no el asaltante. Pero no pudo hacer nada. Su fe de padre se agotó con él. Fue el único que le creyó.

Guilermo Alvarez nació el 21 de marzo de 1978 en una familia de clase media alta de Acassuso. En el mismo chalé seguía viviendo -junto con su madre y sus dos hermanos menores- cuando la Policía lo fue a buscar por primera vez. Su padre ya estaba separado de su mamá, pero en la casa no faltaba nada. El padre era dueño de dos cines y de una galería comercial en el Norte del conurbano.

Era 1996 y Alvarez se escapaba del colegio para hacerse habitué de un gimnasio donde practicaba boxeo. La escuela nunca le interesó: lo echaron del Colegio San Patricio por mala conducta, luego del Estrada de Acassuso y finalmente del Instituto Fátima.

"Empecé a robar a los 15, 16. No tuve buenas juntas y encima mis padres se estaban separando, estaban en su mundo, peleando por determinadas cosas. Fue paulatino. No es que un día me subí a un auto, agarré un fierro y salí. Una cosa va llevando a la otra...", dijo en una entrevista con Clarín publicada en 2003.

En esa época robaba motos y pequeños comercios, acompañado por otros pibes de su edad a los que había conocido por frecuentar a dos prostitutas. Como los otros chicos vivían en villas de la Zona Norte del conurbano, a él empezaron a llamarlo con un apodo muy común en los 90, que hoy pasó de moda: "El concheto". Era el único del grupo que tenía auto y con el que podían ir a cualquier lado sin necesidad de clavarse a la madrugada en una parada de colectivos.

A Guillermo le gustaba esa vida y ese rol. Ahí era alguien. En la villa repartía parte de sus botines y reclutaba cómplices para otros golpes. Hasta hacía solamente dos veranos atrás, había pasado varias de sus vacaciones en Punta del Este. No se sentía cómodo en esa vida, que él llamaba "la burbuja".

"Yo iba a un gimnasio, practicaba boxeo y me vinculé con gente totalmente distinta a lo que era mi entorno. Pibes de La Cava, de Villa Uruguay. Me junté con ellos y les tenía un gran respeto. Me había criado en una burbuja y de repente me hice de la confianza de esta gente, fui a sus casas y conocí a sus familias. Yo siempre andaba en remís y con ellos tenía que poner las monedas para el bondi. Yo manejaba armas desde chico porque iba a cazar, y entonces no me dio miedo cuando agarré una", contó en otra entrevista.

La locura fue in crescendo y el ladrón se convirtió en asesino. En 1998 un tribunal oral de San Isidro lo condenó a 25 años de prisión por una serie de asaltos y el asesinato de un empresario. Poco después, un tribunal porteño le dictó prisión perpetua por la muerte de un policía y de una chica de 24 años. Luego, ya preso, le dieron 18 años más en otra causa por asesinar a cuchilladas a un interno de la cárcel de Caseros.

Muchos pensaron entonces que Alvarez se quedaría en la cárcel para siempre. Pero el tiempo pasa y las leyes se vuelven de goma: pese a que un juez de Ejecución Penal había fijado el monto total de la pena por cumplir en 37 años y medio (por lo que el condenado debía estar preso hasta 2033), en diciembre pasado dos jueces de la Cámara de Casación cambiaron los números.

Los jueces Angela Ledesma y Alejandro Slokar (ex secretario de Política Criminal y precursor de la agrupación judicial kirchnerista Justicia Legítima) consideraron que "la pena de prisión perpetua no puede exceder de los 25 años" y dispusieron la libertad de Alvarez, que llevaba preso 19. La rebaja extra es por su "buena conducta" en prisión, pese a que estando preso asesinó a un compañero de pabellón, Elvio Aranda, en la vieja cárcel de Caseros.

El 18 de diciembre pasado, justo una semana antes de Navidad, el Niño Bien salió de la cárcel de Gualeguaychú, donde estaba, y se fue a una casa en Entre Ríos, donde le prometió a la justicia que se radicaría junto a su pareja. Había conseguido el traslado a Gualeguaychú luego de denunciar repetidamente que oficiales del Servicio Penitenciario le pedían coimas para dejarlo escapar. De todos modos, con o sin dinero de por medio, él ya había protagonizado dos intentos de fuga.

Todo había sucedido muy rápido. "Entré y le tiré. Le vacié el cargador. Le pegué siete tiros en la espalda y tres en la cabeza", le contó Alvarez a un remisero tras matar a un policía en el pub Company de Belgrano. La Justicia dio por buena esa declaración.

Fue la noche del 27 de julio de 1996, en un raid que duró seis horas. Ahí Alvarez asesinó al empresario Bernardo Loitegui, al subinspector de la Policía Federal Fernando Aguirre y a la estudiante María Andrea Carballido. El asalto al pub de Belgrano fue parte de una seguidilla de robos a restoranes en Capital y el norte del conurbano.

Cuando cayó preso, la Policía encontró en su cuarto del chalé de Acassuso los recortes de los diarios con las noticias de los robos a los restoranes que él había protagonizado. Le encantaba leer los detalles que aparecían y, sobre todo, si la Policía tenía pistas o no de la banda de ladrones que él lideraba.

El miércoles 23 de marzo pasado, dos días después de cumplir 38 años y justo antes del fin de semana largo, Alvarez apareció caminando a paso vivo por la avenida Belgrano al 300, en Buenos Aires. La ciudad estaba expectante por la llegada del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que había aterrizado a la madrugada en Ezeiza.

Faltaban minutos para las nueve y media de la mañana cuando Alvarez le golpeaba la puerta vidriada de un edificio, en Belgrano 360, a un hombre que acababa de entrar. El hombre volvió, pensando que era un vecino que había olvidado las llaves. Pero en cuanto giró el picaporte, Alvarez sacó un revólver y se lo apoyó en el pecho.

"Dame toda la guita que tenés encima", le dijo, y le arrebató una mochila. El hombre le entregó un fajo de 10.000 pesos. Justo en ese momento se acercaban una mujer y su hija adolescente, que acababan de bajar del ascensor. Alvarez guardó el arma y salió corriendo. El hombre asaltado salió tras él, a los gritos, y la apacible mañana de San Telmo se volvió una frenética carrera con obstáculos.

Alvarez corrió en zigzag por Belgrano, el Pasaje 5 de Julio, Venezuela, Defensa, México y Balcarce. En Venezuela trató de subirse a una moto pero el conductor se lo impidió. Entre los gritos del hombre del edificio y del motociclista, otros tres hombres se sumaron a la persecución. Dos de ellos eran jóvenes universitarios que conversaban en la vereda. El tercero lo alcanzó y le hizo "un tackle" -así lo declaró ante el juez-, tirándolo al piso, en Balcarce al 600.

Después llamaron a la Policía y abrieron el morral del Niño Bien: había un revólver 32 largo, marca Dos Leones, con seis balas en el tambor y otras 47 en una bolsa de nailon. El arma es el revólver típico de las películas del Far West. También llevaba la mochila que le había quitado al hombre en el edificio. Adentro había 67.435 pesos.

El damnificado dijo que había ido a cambiar dólares al microcentro para pagar un curso de piloto de aviación. Creen que Alvarez lo siguió desde allí.

El último domicilio que le había dado a la Justicia era 25 de Mayo sin número, en la localidad entrerriana de San José, pero tampoco esta vez habrá vida de hogar en esa casa.

El Niño bien no supo estar libre. Terminó tackleado por vecinos en un empedrado de San Telmo, como en el final de un tango absurdo. (Fuente: Clarín).

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