Qué guardaba en su cajita el turco Nadín
Por Manuela Chiesa de Mammana (*)
Cuando pasó el
vado del arroyo Lucas, el turco Nadín pensó que antes del mediodía llegaría al puesto de 'La
Solita'. El sol de enero en el Montiel es traicionero, invita mansamente a
continuar la marcha hasta que el individuo entra en un sopor que lo atonta y lo
desvanece.
Los 'turcos'
mercachifles lo sabían. Conocían el peligro de andar solos por esos montes.
Nadín Jodar hacía muchos años que recorría esos pagos. Con un castellano
pastoso y resbaladizo ofrecía lo que llevaba dentro del cajón: saraza,
tobralco, lienzo, perfumes, hebillas, cintos, hilos, broches, puntillas,
chafalonías. Creía conocer a sus clientes y sabía qué ofrecerles en el momento
oportuno.
En 'La Solita'
vivía María Amelia, una negrita coqueta que se abalanzaba para revisar el cajón
de Nadín cada vez que lo veía venir por el callejón bordeado de paraísos. Él lo
permitía con la condición de que no tocara el cofrecito de madera, clavado en
el fondo del cajón. La negrita lo recordaba y no le preocupaba la recomendación.
En cambio sí le molestaban las chanzas de Gregorio reparando al turco por ser
duro de lengua.
Gregorio, además
de cargoso era ignorante y superficial por lo cual le molestó la provocación de
María Amelia cuando le dijo que ella conocía el secreto del cajón de Nadir.
El Lucas a la
altura de La Solita es manso y rumoroso. Nadín acostumbraba vadearlo frente a
un montecito de espinillos para acortar camino. Ese mediodía de enero el
apretón del sol lo traía mal. El agua fresca del arroyo lo revivió. Se
desembarazó del cajón para descansar un rato.
Detrás de un
espinillo coposo, Gregorio esperaba que se dormitara para revisarle el cajón y
ver qué tenía en la cajita. ¡Oh sorpresa!, cuando desprendió el broche que la
cerraba se encontró con un guardapelo de oro con una foto difusa de María
Amelia, la negrita de La Solita.
(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del
antiguo Villaguay. La foto es ilustrativa.
