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OTRO ROBO DE PELÍCULA, EN EL CONGRESO NACIONAL Y SIN DISPARAR UN SOLO TIRO


El golpe, uno de los más grandes de la historia del hampa local, impidió el último pago en efectivo antes de la bancarización de los sueldos de los legisladores y empleados.

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Los taxistas habían llegado a la puerta del Congreso Nacional a exigir seguridad y justicia por choferes que habían sido asesinados en los últimos 40 días. Ese jueves estaban de paro, y anunciaron la suspensión del servicio nocturno a partir del viernes, por tiempo indeterminado. Entre ellos se mezclaron tres hombres muy prolijos, de traje y cortaba. Parecían diputados. Seguramente algún taxista los confundió, creyendo que eran políticos. Ingresaron a las 10.50 horas por el acceso de la Avenida Rivadavia. Para hacerlo, mostraron credenciales falsas y pasaron por el detector de metales como si nada. Los tres estaban armados. Pero sabían que el aparato electrónico no funcionaba. 

Tenían más información. Días atrás habían entrado a recorrer el lugar. Ya del lado de adentro, siguieron el plan: caminaron hasta la Tesorería e hicieron tiempo. Conversaron entre ellos como si fueran funcionarios, asesores o diputados.


Uno de los policías que custodiaban la Tesorería salió y encaró hacia la cafetería. Regresó con dos tazas de café. Tocó el pulsador y esperó a que le abrieran la puerta (solo se podía hacer de adentro). La chicharra sonó y los tres se le abalanzaron. Uno de ellos le puso el caño de una pistola en las costillas y mientras la puerta se abría, le aclararon: "No te hagas el pelotudo y quedate quieto".

Su compañero también fue reducido. El segundo ladrón le pegó y lo empujó contra el escritorio. El tercero cerró la puerta y se encargó de amenazar al diputado José Corchuelo Blasco, que se encontraba cobrando unos vales. Y si bien apuntó contra Norberto Isunza, su arma más letal fueron sus palabras. "Vos sos el tesorero. Caminá hacia allá", le ordenó. El "allá" era la bóveda. Caminaron hasta una caja de madera que estaba cerrada con un candado. Isunza tenía la llave. La abrió. Adentro había miles de sobres con dinero. Era el último mes con ese sistema de pagos. A partir de febrero todo se bancarizaría.

Mientras los ladrones guardaban los sobres en un bolso, el diputado Arnoldo Carbajal Ziesemiss tocó el pulsador. Quería cobrar su sueldo. Le abrieron y lo tiraron al piso, boca abajo. Lo ataron con cintas plásticas, como a las otras seis personas testigos del robo. "El bolso explotaba de sobres. Se llevaron lo que pudieron. Tuvieron que dejar una parte del botín", recuerda una persona vinculada a la banda, con buena memoria. Según sus recuerdos, el botín fue de 1.600.000 pesos. Que con el 1 a 1 representaba el mismo importe en dólares.

Los tres ladrones dejaron a las siete personas atadas, cerraron la puerta y salieron por Rivadavia a las 11.20. Llevaban el bolso, las armas de los policías y las suyas. Caminaron y se mezclaron entre los jubilados. Llegaron a Entre Ríos y doblaron hacia la derecha. Frenaron en Alsina. Ahí, a la altura de un centro de la UCR, subieron a una camioneta. Horas después, la noticia era tapa de diarios y tema central de los principales noticieros. "Robar el Congreso de la Nación es más fácil que robar un banco. Es ridículo que hayan asaltado uno de los ámbitos que debería estar más controlado", declaró Enrique Mathov, secretario de Seguridad. 


La versión oficial informó sobre un botín de $ 1.147.584. Aún hoy se lo recuerda como uno de los robos más espectaculares de la historia del hampa argentino. La semana pasada se cumplieron 20 años: fue el 10 de febrero del 2000.

Durante semanas, mientras no había datos concretos sobre los asaltantes, se dijeron muchas cosas. Algunas, sin chequear. Y con doble sentido. Como que el hecho estaría vinculado a los despidos en la SIDE anunciados días antes. O como que el robo había sido una vendetta de la empresa de seguridad que ensobraba los 5500 salarios y ponía empleados para pagar. Por ese servicio cobraba más de un millón de pesos anuales. A partir de febrero se iba a pagar por banco y la empresa se perdía un gran cliente. Otra hipótesis fue al cambio de comisario del mini destacamento que funcionaba dentro del Congreso, ubicado a metros de la Tesorería. También se habló de la posible existencia de una mesa de dinero clandestina supuestamente relacionada a la Tesorería. 

Pero los grandes robos, muchas veces, tienen finales absurdos. Los investigadores recibieron una carta anónima, a meses del robo. "Juan Antonio Zavala, empleado de limpieza de Diputados, fue quien entregó la Tesorería para que la roben". Como no tenían ningún otro dato concreto, decidieron empezar a escuchar las comunicaciones telefónicas del empleado, que tenía 43 años y llevaba 12 en ese trabajo. Ganaba 700 pesos por mes y vivía en un asentamiento de Tres de Febrero. 

En las llamadas, hubo una que llamó la atención de los investigadores. "Lo único que quiero es que me traigas plata". Se refería a una deuda de 7 mil pesos. "A mí no me importa el quilombo del Congreso, pero si no pagás voy a batir todo". Los policías terminarían llegando a la persona que exigía cobrar su deuda. Aseguró que Zavala había sido el entregador del robo.

Y en otras charlas, el empleado nombró a un tal "Manzanelli". Lo primero que hicieron fue chequear los antecedentes de las personas registradas con ese apellido, o similares. De esa manera identificaron a Ángel Carlos Manzanelli, de 55 años. Llamaron a los testigos, les mostraron fotos del investigado y no lo dudaron: era uno de los tres hombres que habían ingresado a la Tesorería. Zavala y Manzanelli fueron los únicos condenados. Aceptaron un juicio abreviado. La pena más alta fue para Manzanelli: le dieron 5 años y 11 meses de condena. De los otros dos ladrones que entraron al banco no se supo nada. El botín nunca apareció. Otra característica muy propia de los grandes robos cometidos en Buenos Aires.

Hasta este punto de la historia llega todo lo que apareció en los medios. No se publicó más nada. Ni del pasado, ni del futuro. El pasado dice que Manzanelli se crió en Claypole, al sur del Gran Buenos Aires. Que fue la oveja negra de una familia de trabajadores y que a sus 20 años era empleado de la Policía Federal. Aunque lo hacía como mecánico. Un día se robó un sobretodo, lo acusaron y lo echaron de la Fuerza. En los 70 fue condenado por robar 40 kilos en piezas de marfil pertenecientes a Eva Perón. Meses antes del robo al Congreso, cumplía una condena por robo en la Unidad 9 de La Plata.

"Estaba enamorado de una mujer 30 años más chica", recuerda Salvador Heredia, su abogado de aquel entonces. Con una parte del botín, Manzanelli compró un departamento y un restaurante en Puerto Madero, que llamó "El viejo Pop". Ambos inmuebles figuraban a nombre de esa mujer. "Pero cuando lo detuvieron, ella desapareció", detalla el abogado. "Manzanelli me pidió que interviniera como civil. Pero no se pudo hacer nada. Lo estafaron. No tenía maldad. Su problema era que le gustaba robar...".

Manzanelli también le habría regalado un Peugeot 405 0KM y una cadenita de oro que decía "Te amo". Cuando los investigadores le preguntaron por ella, declaró que "en realidad es una chica que conozco de la noche. Sale conmigo y con otros tipos. Trabaja de prostituta".

Según pudo saber Clarín, la mujer es sobrina de una reconocida vedette muy popular en los años 80 y 90. A ella también se la escuchó. "También te arruino a vos, a todos, porque vos tenés parte del botín, boludo", le dijo a un sobrino de Manzanelli.

En la rueda de prensa en la que se anunciaron las detenciones, Alfredo Ursaia, jefe de Robos y Hurtos, aseguró que Zavala estaba planeando otro robo al Congreso, aunque con otra banda. Los integrantes de la nueva banda, según la versión de la Policía, fueron sorprendidos por agentes de la PFA en una estación de Servicio de Saavedra. Uno murió, otro fue herido y se detuvo a los tres restantes. En la causa hubo dos sospechosos que fueron detenidos y sobreseídos rápidamente: un empresario dedicado a vender futbolistas y un remisero. 

Otro dato que no apareció en los medios de la época, pero que pudo reconstruir Clarín fue un acto de beneficencia de los ladrones. Habrían separado una parte del botín para viajar a Misiones y donarlo en algunas escuelas.

Manzanelli cumplió la pena en el Complejo 1 de Ezeiza. Allí terminó la secundaria, trabajó, hizo buena conducta y salió un par de meses antes de los casi 6 años que recibió de pena.

Recuperó su libertad e intentó contactar a su ex pareja. Pero le fue imposible. Se volvió a sentir estafado. Durante cinco años, vivió en la casa de su mamá, en Balvanera. Se habría sostenido con el resto de lo que le quedaba del botín. A los 65 años, se quedó sin ahorros ni ingresos. Salvador Heredia, el abogado que lo defendió en sus dos últimas causas, le propuso sumarse a su estudio. Manzanelli aceptó. Fue una especie de cadete: lo mandaban al Juzgado, a hacer pagos y cambiar cheques, a hacer trámites personales de la familia del doctor.


Duró dos años en ese trabajo. La salud no le permitió seguir. "Lo arruinaron las mujeres que frecuentaba", cuenta uno de sus amigos. "Le gustaba salir con minas de la noche, hacerles regalos, invitarlas a lugares caros. Así y todo tuvo una buena vejez: viajaba seguido a la Costa, donde tenía una casa y ayudaba a su mamá y a sus hijos, a los que siempre incentivaba a estudiar". Cada tanto frecuentaba bares de su barrio y el estudio de Heredia. Se entretenía conversando de ladrones, de sus años y de historias de la cárcel. A todos les decía lo mismo: "Hay que hacer una película sobre el robo al Congreso de la Nación: 1,5 millón de dólares sin disparar un solo tiro". 

A fines del año pasado se volvió a ahogar. Subió a la terraza del edificio en el que vivía. Eso hacía cada vez que se quedaba sin aire. Pero sería la última vez. Falleció ahí mismo. Tenía 75 años. (Fuente: Clarín).