Por Manuel Langsam
"A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras. ¿Quiénes son ustedes? Les preguntó el guardián del cielo. / Somos, contestó la primera, la Religión. / La Juventud, dijo la segunda / La Comprensión, dijo la tercera. / La Inteligencia dijo la siguiente. / La Sabiduría, dijo la última. /¡Identifíquense!! Ordenó. / Y entonces, la Religión se arrodilló y oró. / La Juventud se rió y cantó. / La Comprensión se sentó y escuchó. / La Inteligencia analizó y opinó. / Y la Sabiduría, la sabiduría… contó un cuento… " (Cinco Viajeras, Anthony de Mello).
Cuando estuve radicado en Paraná trabajando para la provincia, instalamos una clínica con otros dos colegas y por las tardes hacíamos la atención en pequeños y grandes animales.
Como el trabajo en la provincia de evaluación de incidencia de brucelosis requería el recorrido por los tambos de la zona, nos habíamos hecho conocidos por los productores afincados en las aldeas vecinas a Paraná y Diamante, los que nos llamaban cuando tenían algún problema que requería atención veterinaria.
Uno de ellos me encargó que si tenía conocimiento o me enteraba de alguien que quisiera cambiar o vender su toro, se lo hiciera saber, ya que estaba interesado en incorporar uno nuevo a su tambo.
En una oportunidad me llamaron por una atención a un tambo, propiedad de una mujer descendiente de inmigrantes que había quedado viuda hacía ya muchos años y con esfuerzo llevaba adelante su chacra. Como sus hijos ya crecidos habían empezado a emigrar a la ciudad, comenzó a achicarse en su explotación y, acordándome del encargue que me habían hecho por conseguir un toro, le pregunté si estaba dispuesta a vender el suyo.
Me contestó en un dificultoso castellano, sin tener noción del sentido que tomaba su frase: "Por ahora, no. ¡Ese toro todavía es bueno para mí!".
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