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"La sorpresa no tuvo límites cuando en la mesa reservada apareció el infaltable jazmín"

Foto ilustrativa
Por Manuela Chiesa de Mammana (*)

    Juan Luis estaba convencido de que el pequeño jazmín del país que aparecía en las noches de carnaval en su mesa de la confitería Imperial provenía de Solita, la masitera. Solita era en realidad la sobrina de la masitera, Francisca, una española renga que elaboraba las masas en la cocina del local.


    El joven era muy discreto, representante de una sociedad que lentamente iba desapareciendo, y jamás dejaría al descubierto sus ideas sobre Solita. Sus compañeros, solteros como él, chanceaban con el jazmín: lo deshojaban e inventaban nombres de mujer con el número de los pétalos.

    La escena duró tres años consecutivos. Él trataba de averiguar quién ponía la flor en la mesa pero no encontraba la forma de saberlo. Así y todo decidió seguir con el juego. Al fin y al cabo era carnaval.


    Al finalizar 1950, Imperial cerró sus puertas y ya no hubo mesas de esa confitería en el carnaval de 1951. Los tres amigos eligieron entonces la esquina de del Real, atendida por Miguel y Alberto, sus dueños.  Juan Luís sabía que Solita ya no vivía en Villaguay, así que la sorpresa no tuvo límites cuando en la mesa apareció el infaltable jazmín del país. Discreto como siempre, nada comentó. Los jazmines se sucedieron noche tras noche y así pasó el carnaval de 1951.

    Cuando llegó el 13 de octubre, fecha de su cumpleaños, los amigos lo invitaron a del Real a tomar el famoso jerez con masas. También ese día apareció, como siempre, un pequeño jazmín haciendo guiños.

    Las costumbres cambiaron, las tertulias se desvanecieron y los amigos dejaron de reunirse al atardecer. También se desvaneció el amor de Francisca, la española renga, por Juan Luis Aguirre, que él siempre ignoró.


(*) El texto forma parte una serie de cuentos y retratos del antiguo Villaguay.


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